La Gracia no apareció. En
la dimensión de sus ojos, melodías; y en sus pies, estrellas.
Pero en el paraíso de la
criatura, el agua se convertía en pintura ocre, que se destilaba, hervía y el
hedor verde emanaba a un metro de altura.
Una breve onda provocó al emerger
parte de su cuerpo. Abrió lo que equivalía a ojos. Lo que debía ser su nariz
husmeó en el aire, a varios metros a la redonda, hasta en los huecos de los
árboles. Nada. Ni sombra ni vestido, ni ojos ni pies. Ni vuelta de pañuelo en círculo
cerrado ni reto ni cadencias ni rumores ni tambores ni palmas ni miradas ni
verbos.
Esto duró segundos, la
criatura negó dos veces con lo que parecía su cabeza, cerró los ojos y se
hundió.
En el muelle aún quedaban
las huellas de la niña: sus pisadas desde el monte, el paso de su vestido
multicolor, el sonido de su collar de perlas y el compás de su respiración al
volver a su estación.
A esperar un nuevo giro
solar.
Luc Vigo
1º nov. 2013
2.54 pm
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on viernes, noviembre 01, 2013
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Danza de los ojos
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