Piel que se levanta, piel que se piensa,
se gesta, abre los ojos y nace. Se
extiende sobre las tres o cuatro edades de mi cuerpo. Me disfraza, me da cara,
ojos, nariz, me da manos, dedos; me da pies; le da puertas y ventanas al deseo.
En las palmas dibuja el mapa de mis pasos por la comarca: mis primeros
tropiezos, mi letanía frente al mar, la ola de los pinceles y la orilla de las
primeras musas.
Centímetros de piel que se renuevan sin
apenas percibirlo, cada día, cada segundo, en cada palabra que enhebro en el
telar de las noches. Retazos llenos de lunares, llenos de tiempo. Piel
destilada al agua y al vino. Piel de grito, de espanto, de sueño. Piel con óleo
y perfumes de tarde.
Esta piel que se calcina, que se deshace
en virutas que se lleva el viento. Esta piel que se vuelve polvo junto a las
hojas y los apetitos. Esta piel que ha salido al mediodía, indefensa y ha
vuelto sin pensamientos. Esta piel de barro que se diluye para volver a ser
desde la idea; esta piel de ojos que cae para levantarse entre los espejos.
Hoy vuelve a mí y me retrata.
Texto: Luis Cabrera Vigo
Imagen: “La dureza de su piel” de Eduardo
Parra Camara
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on lunes, setiembre 02, 2013
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Cantos rupestres
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