Los besos hay que robarlos. Atraparlos
antes de que lleguen. Hacerlos nacer. Provocar que broten.
No aparecerán como en un acto del
prestidigitador.
O tal vez sí. Uno tiene que ser como el
mago y de una boca cerrada hacer saltar a los conejos de los besos. Palomas de
las hermosas palabras que vuelan entre beso y beso, y que solo los amantes
escuchan.
Serán como las flores, efímeros, pero ¡qué
hermosos!
¡Qué hermosos mientras viven! Mientras lo
cuidan ambos amantes.
Una impresionante flor. Una magnífica flor
cuyos pétalos luminosos está compuesta de cada beso apasionado.
Soy tu mago de los besos, aquel se aparece
a las seis de la tarde con su varita luminosa.
Y antes de que lo pienses ya ha brotado el
primer beso, mientras tus ojos aún descansan.
Ya ha brotado el segundo beso, mientras tu
boca exhala su primer suspiro.
Ya ha surgido en medio de la tarde, en
medio de nuestros costados, en medio de nuestras vidas, un tercero y cuarto y
quinto beso.
Y besos que ya no tienen número, pero tienen
color y sabor.
Besos que se multiplican unos a otros, como
en la reproducción celular.
Parecen repetirse, pero cada uno con su
propia vida, con su alegría, con su respirar.
Soy tu mago de esta tarde.
De todas las tardes que pueden ser
nuestras.
Cierra, los ojos.
Deja que levante la varita.
Martes 12 abril 2016