Día 15: En espera de tu sombra  

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Escondido en la cueva atisbo tu retorno. Saliste con el Sol en las manos hace quince penumbras, eras feliz, querías que criáramos una criatura feroz, aunque siempre te confesé que me cautivan las avecillas
multicolores, aquellas que se alborotan en tu pelo cada vez que ríes. Querías atrapar la Luna en nuestros minutos, cada vez que la lluvia nos baña y sus rayos iluminan nuestros cantos, y muy cerca pronuncio tu nombre, de la oreja extraigo la próxima palabra.
Los hierbajos del mediodía no saben igual sino las cortas conmigo y el manantial que aparece a mis pies lo dejaré correr. No cazaré jabalíes ni ciervos hasta sentir tus pisadas y el aroma que destila tu voz.

No saldré más a la luz del día. Y me alimentaré del canto que me dejaste en ese noveno instante que duró por siempre. Clamaste al hambre y yo mordí tus carnes. Meditaste una estrella y yo irracional te miré desde el techo de la cueva. Pronunciaste mañanas y yo te entregue noches de fuego, días de tierra, bosques de piel y desperté volcanes en tu boca.


Del Texto: Luc Vigo
Imagen tomada de: Cuevas de Altamira - Internet

POEMA DEL LEÓN  

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Que el poeta cante
con voz de león herido

Que ruja el dolor de esta ciudad
que lo grite con palabras
que lo cante con incendios
que lo pinte con demandas

Que el poeta se desgarre
se quede sin palabras
que su canto sea un manantial y rugido
palabra que calma y zarpazo
un cuerpo de luz y golpe
aliento que eleva y temblor
alegría en los corazones y catarata

Que nazca con la marca en la frente
que ría de niño
que juegue en los estanques
y que llegado el momento
se descubra la melena
el poder de sus mandíbulas
la fuerza de sus brazos y garras


Que sufra para cazar
que defienda a su progenie
que acumule así las medallas de la vida

y que venga el tiempo
de clamar
y mostrar su verso voz en alta.

Texto: Luis Cabrera Vigo
Imagen: Fotografía de M. Hoglund

Horas rupestres en espera  

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Estamos en la caverna, he pintado un ciervo, algas y granos. Y espero tu voz. Los infantes juegan al calor del fuego que cuidamos desde la última lágrima de nuestro dios. Tengo sed, pero hemos recogido en los cuencos y antes de que la diosa se levante iré a saciarme.
Recuerdo tu piel, los rugidos en la oscuridad y tu aroma a hierbas frescas. Has desaparecido bajo la sombra de tu padre. Aún no tengo edad para enfrentarme a él. Ni a tu madre, la regenta de estos territorios.
Mis labios tienen memoria de tus dientes. Mis manos tienen el recuerdo de tu pelo. El cielo aún se acuerda de nuestras figuras al borde del río. El río tiene reminiscencias de la catarata aguas arriba y del mar que nos atrapa aguas abajo. Esta vida es un canto. He aprendido a esperar una alegría cada día y por cada ojo que llora le buscaré el doble de sonrisas.
Y hoy te espero, gacela de mi tiempo. Como el agua, como la luz, como el fuego de la vida, como aire. Hoy te espero.

Texto: Luis Cabrera Vigo
Imagen: “Rupestre 5” de Ruth Galofre

Arena y viento  

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Motivo de la arena
            ser hoja del tiempo
            ser la mano detenida
            el leve aleteo de la libelula

Motivo del viento
            llevar este canto
            diluir en las caracolas este mar
            transportar la palabra y el deseo


Arena de mis días
            a ti te canto
            devuelveme las huellas
            que el mar de los calendarios borró


Viento de mi infancia
            silba la canción del barrio
            enhebra las letras de mi primera carta


Arena y viento
de la esperanza
devuelveme el aroma
de quien tiene el reloj en sus manos.

Texto: Luis Cabrera Vigo
Imagen: "Rosa de los vientos" de Carlos Mérida

Caminando junto a tu ángel de la guarda  

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Tu ángel de la guarda vino a verme esta mañana. Venía despeinado.  Me asusté. Luego me sonrió.


Ni sol ni sombra
ni palabra ni carne
ni espuma ni voz
no pasos
no abrazos
no labios
no destello

no juramentos
no al borde del abismo
no frutas ni almíbar
no gaviotas ni cielo en tus ojos
no manos
no huellas

no ventanas
no fuegos de artificio
no timbres
no teléfonos
no relámpago
no canto

Ni piel ni cuadernos
ni aroma ni asombros
ni reloj ni brindis

Tu ángel de la guarda me acompañó toda la mañana. Era azul. Vibraba en todas las tonalidades del cian ¡Qué extraña criatura! Inocente y sobreviviente.

Caminamos desde la Universidad hasta la esquina del Chicken King. Luego subimos en un colectivo hasta Atahualpa. Pagué el pasaje de los dos y le conté que tenía que comprar unos videos en Plaza Grau. Se ofreció a seguir caminando a mi lado. Conté las monedas. Me reporté a casa. En la avenida España nos despedimos. Le encargué unos abrazos. Nos miramos. Y nos despedimos. Lo vi alzar vuelo, mientras yo me trepaba en la combi.




Texto: Luis Cabrera Vigo
Imagen: Ángel perdido - Internet